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Angustia

angustia

La angustia no es, en sí misma, un fenómeno patológico o anormal. Se trata de un afecto inherente a la condición humana.

Si miramos la situación del ser humano en el mundo con atención, podemos ver como el sujeto es frágil. La verdad es que no lo pensamos y construimos, sobre la base de nuestra fragilidad, ficciones de potencia y de grandeza. Ficciones que se pueden venir abajo en cualquier momento... una enfermedad, un accidente, la pérdida de un ser querido nos pueden trastocar en cualquier momento nuestro equilibrio.

Mas el ser humano no es sólo frágil frente a acontecimientos externos que puedan ocurrir, es también extremadamente sensible a sus emociones, sentimientos, pasiones, instintos agresivos y sexuales, etc.. Afectos todos ellos que amenazan con romper su equilibrio.

En este sentido podemos decir que el bienestar y equilibrio del sujeto se encuentra amenazado por una serie de peligros potenciales tanto internos como externos. Pues bien, la angustia puede aparecer en esos momentos en los que un factor externo o interno amenaza con desestabilizar.

Podemos considerar que la angustia es un mecanismo de defensa, funciona como una señal de alarma que sirve para alertarnos de que algo no anda bien, ya sea por motivos más o menos puntuales (como puede ser la pérdida del trabajo o simplemente la discusión con una persona querida), pudiendo crear incluso una crisis de angustia. O ya sea por motivaciones más inconscientes como ocurre en los accesos de angustia sin causa aparente.

Por su incidencia repetitiva, es necesario destacar entre los factores inconscientes, las pulsiones sexuales y agresivas. Pulsiones que deben ser contenidas y vehiculizadas para la convivencia en sociedad y que, tanto por su fuerza como por los sentimientos de culpa que generan, son grandes suscitadoras de angustia.

Aún podemos añadir otro matiz. Cuando una circunstancia o conflicto inconsciente amenaza con desequilibrarnos, nos obliga, en cierta forma, a tomar decisiones. Como ejemplo tomemos los accesos de angustia que un paciente, profesor de secundaria, relataba. En sus comienzos como docente era asediado frecuentemente por episodios angustiosos, episodios que se fueron extendiendo hasta llegar a estar presentes casi de una forma continua. La tensión que le suponía enfrentarse a la aprobación o desaprobación por su labor, amenazaba con desestabilizar su relativa tranquilidad interna. La angustia surgía allí como mecanismo defensivo, en primer lugar avisaba del peligro de desequilibrio, en segundo lugar le empujaba al abandono, a la huida como una forma de evitación. Todo ello fue obligando a esta persona a tomar una decisión, a hacer una apuesta como sujeto en su identidad profesional.

Es en este sentido que la angustia se puede considerar como el momento en el que el sujeto tiene que definirse más como sujeto humano singular.

En líneas generales, la angustia es vivida como una inquietud extrema y un miedo irracional. Es una sensación penosa de malestar profundo que suele venir acompañada de síntomas típicos como sudoración, temblor, nerviosismo, respiración acelerada, palpitaciones, etc.

A la hora de la Psicoterapia habría que diferenciar lo que es una crisis de angustia de lo que es una neurosis donde predomina la angustia, esto ayuda a enfocar más la línea del tratamiento. Tratamiento que, en todo caso, va dirigido a descubrir y poner en orden los conflictos, así como a promover que el sujeto se enfrente y atraviese las situaciones angustiosas, entendiendo el pasaje como un tiempo de afirmación de su personalidad.

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